Decía Erich Fromm en El arte de Amar que en la sociedad moderna “dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado”. De esta manera explicaba cómo el sistema socioeconómico (en nuestro caso, el capitalista, con sus leyes de oferta y demanda) influye en cómo se viven las relaciones amorosas humanas. Desde este paradigma, las páginas de contactos podrían representar un magnífico escaparate de “objetos disponibles”. Lo cual, puede resultar tentador para cualquier persona que no tenga tiempo o ganas de “ir a comprar” en el mercado de la calle. ¿Pero qué buscamos en la red? Amor, sexo, amistad…
De los buscadores de amistad, me limitaré a decir que ni son todos los que están, ni están todos los que son. Ya que, a pesar de existir páginas específicas para ellos, se les encuentra en páginas de contactos, en ocasiones por vergüenza de reconocer sus verdaderas intenciones, en otras, para no asustar a los fóbicos del compromiso. El reclamo de “solo busco amistad” suele resultar menos invasivo que el de busco sexo o pareja. Para los buscadores de sexo, el menú degustación está casi servido. La red les garantiza un acceso rápido y discreto a múltiples parejas sexuales. Si algo ha cambiado en los últimos años en el mundo del cortejo es la accesibilidad y diversidad, pero desafortunadamente estas dos características no son garantía de calidad. En palabras de la terapeuta Helen Kaplan, una relación sexual satisfactoria requiere de dos elementos “un estado emocional sosegado y el abandono a la actividad erótica”. En otros términos, sería una mezcla de un “nada malo me va a pasar” sumado a un “puedo ser yo mismo”.
Una confianza difícil de crear en el fugaz encuentro con un desconocido. La accesibilidad también puede generar la falsa ilusión de que “puedo tener (objeto) a quien quiera en el momento que quiera (aquí y ahora), y si no me gusta lo que he adquirido, lo deshecho o lo cambio por otro”. De alguna manera en este intercambio se pierde el valor del individuo como tal y podemos caer en la trampa de tratar y ser tratados como objetos de consumo. Y en ese afán de ir al grano y con la supuesta sinceridad por delante, se puede confundir el “sexo sin amor” con el “sexo sin educación” o el “sexo sin seducción”.
Por otro lado, los buscadores de amor juegan al Speed Dating (citas rápidas) con la ilusión de encontrar en alguna de estas pruebas de ensayo-error, a la persona adecuada para iniciar una relación. Y cierto es que la acumulación de experiencias enriquece, pero también frustra, ya que al aumentar el número de jugadas, también aumenta el número de fracasos. ¿A qué es debido el fracaso, aun conociendo a priori (y habiéndolas seleccionado personalmente) las características de la persona con la que fijamos el encuentro? Probablemente a que el todo no es la suma de las partes y la química del amor juega con unas reglas que trascienden a la suma o resta de características.
En la cita rápida, nos lo jugamos todo a una carta, si la cita funciona de acuerdo a nuestras expectativas y las del otro, habrá probabilidades de que se repita, pero si algo falla, podemos despedirnos de una segunda oportunidad. A nuestro parteneur o partner le resultará más sencillo citarse con otra persona y esperar el anhelado “flechazo”, que apostar otra vez por una cita donde “nada especial” sucedió. Y es que esta creencia de que el amor va por autopista nos impide conocernos en profundidad y permitir que el Eros nazca a su ritmo. Unfast-food afectivo-sexual.
Pero si hay algo peor que no tener química, es que haya química, pero no continuidad. Y es que el que ansía un compromiso a través de la red, puede estar nadando en terreno enemigo ya que el ciberespacio es el País de Nunca Jamás para muchos afectados por el síndrome de Peter Pan.
En una sociedad regulada por el deseo, la red puede ser un festín infinito donde el apetito no se sacia.
http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/2010/09/29/pagina-21/83264398/pdf.html
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